sábado, 11 de septiembre de 2010

Mercancía desechable

Fuente: Milenio Semanal

El secuestro a manos de Los Zetas, o de hombres armados que dicen pertenecer a esta organización, es la principal amenaza para los migrantes. Al menos 10 mil secuestros se realizaron en los primeros seis meses del año.  

2010-09-05 | Milenio semanal

El migrante hondureño Alex Hernández, uno de los muchos que permanecen en el refugio San Diego, en la zona de Lechería.
El migrante hondureño Alex Hernández, uno de los muchos que permanecen en el refugio San Diego, en la zona de Lechería. Foto: Luis Acosta/ AFP
Los cientos de miles de inmigrantes indocumentados —nadie sabe exactamente cuántos son— que cruzan por territorio mexicano rumbo a la promesa de la supervivencia y el dólar son reducidos a mercancía desechable. Los pueden robar, secuestrar o asesinar y cualquier crimen del que sean víctimas tiene altas posibilidades de permanecer impune.
En la ruta del tren, los inmigrantes hondureños, guatemaltecos o salvadoreños son lo mismo víctimas de asaltantes y pandilleros que de los temibles Zetas. Con espeluznante frecuencia sufren también la extorsión y la tortura de manos de quienes debieran protegerlos: las policías o el Ejército: “Yo no conocía esa ruta, me llevaron unos amigos. Cuando esperábamos el tren nos agarraron unos policías y nos robaron todo el dinero. Nos pusieron contra la pared y nos registraron, buscaban en los bolsillos, bajo las gorras, por todas partes. Nos sacaron 300 pesos. Uno de nosotros les gritó que eran unos ladrones, unos perros, entonces se enojaron y uno de ellos nos amenazó con su pistola, nos dijo que si quería podía matarnos, que matar a uno de nosotros era como matar una rata. Con nosotros venía un chavito, como dicen ustedes, que no traía dinero y como no pudo darles nada, le dieron una golpiza. Lo dejaron arrojando sangre”.
Las extorsiones denunciadas por los migrantes en la ruta hacia el norte hablan de puntos estratégicos donde los policías aguardan a sus presas. “En Ciudad del Triunfo, antes de Tenosique, los policías saben que nos subimos al tren donde hay una curva. Ahí te esperan, ahí está la patrulla, si quieres subirte tienes que pagarles. Te esperan de noche, siempre en la curva”.
Las historias de su viaje por territorio mexicano están marcadas por la vulnerabilidad: “El pollero que me engañó se llama Carlos. Lo topé en Ciudad Hidalgo, crucé por el río, yo venía de Tecun Umán. Me pidió 600 dólares y después de varios días de viaje me dejó botado en Saltillo. Ahí ves a la gente, a mucha gente a la que dejan botada en la central camionera. Todos están desesperados, nunca llega el guía que te dijeron te va a llevar al norte”.
A eso le siguen días de caminata por kilómetros de inhóspita selva o por brechas perdidas. La desesperación los empuja, la miseria, el sálvese quien pueda, el hambre dejada atrás en algún poblado centroamericano. “Crucé el estado de Chiapas caminando, llegamos a Arriaga de noche. Escondidos en lo oscuro estaban unos soldados. Nosotros éramos cuatro. Nos detuvieron, nos revisaron, querían dinero, como no llevábamos nada, nos dijeron que éramos unos perros, que nos iban a entregar a Migración. Nos dijeron que a México sólo veníamos a chingar. Al final nos dejaron ir, dijeron que no nos iban a entregar porque no se les daba la gana, porque ya estaban cansados. Los soldados siempre te quitan el dinero, es lo que buscan, es lo que quieren. Si ya no tienes dinero, te quitan lo que pueden, los cinturones, las chamarras, hasta las gorras”.
Migrantes hondureños en camino a Estados Unidos en la zona de Tultitlán, Estado de México
Migrantes hondureños en camino a Estados Unidos en la zona de Tultitlán, Estado de México Foto: Eliana Aponte/ Reuters
Los maquinistas y garroteros quieren también su parte del botín: “En Tierra Blanca todos los garroteros son ladrones. ‘Si ustedes no traen dinero se bajan del tren, vamos a llamar a los de Migración’, nos dicen. Nos amenazan diciendo que a quien no trae dinero lo van a tirar del tren. Los maquinistas se paran en lugares remotos y piden dinero, los 80, los 100 pesos. Dicen, ‘saquen todos la lana, porque llamo a la migra’. Si no traes dinero te roban lo que pueden, ropa, zapatos, tenis usados”.
TERROR EN LECHERÍA
En Orizaba, Veracruz, y en Lechería, Estado de México, se recrudece la extorsión por parte de garroteros y maquinistas: “Un garrotero nos dijo ‘dénme para los refrescos o los denuncio’. Luego llegaron otros, nos arrinconaron, entre cuatro juntamos 100 pesos. Nos dejaron ahí en el parqueo, luego llegaron otros y como ya no teníamos dinero nos golpearon”.
En Irolo, Pachuca, “El Gato comercia con carros, tiene muchos y los usa para llevar a los pollos, como nos dicen. Una mujer te contacta en Irolo, vive en la última casucha de ese lugar. La gente llega desesperada, ella te dice que te arregla el viaje, cobra 600 dólares. Todos los días suben de 20 a 30 personas; a mí me llevaron con otras personas metido en la cajuela del carro, fue un viaje muy largo. Era de noche cuando nos paramos en la carretera. Alcancé a mirar las luces de la sirena de una patrulla. Estaban arreglados, El Gato se despidió de ellos, le dijeron ‘que te vaya bien, nos vemos’. A mí me dijeron que esperara en Saltillo a un guía que nunca llegó. Yo ya voy de regreso, voy patas atrás, rumbo a mi tierra”.
Ser un inmigrante indocumentado viajando por México es ser nadie. “Iba caminando por Monterrey, buscaba la estación del tren. Me di cuenta que me seguía un carro, no era una patrulla, era un carro particular en el que venían un hombre y una mujer. Me siguieron por un rato, cuando pudieron me cerraron el camino en una esquina. Abrieron la puerta del carro y el hombre me dijo, ‘no vayas a correr, súbete, estamos armados’. Quise huir, corrí pero me siguieron, me metí a un estacionamiento, creo que era un taller o algo. El hombre se bajó y me alcanzó, me amenazó con su arma, me golpeó en la cara. Me registró. La mujer estaba ahí parada junto a él. Me preguntó que cómo había llegado hasta Monterrey, que quién me iba a pasar y por dónde. Cómo no supe decirles pensaron que les ocultaba algo, entonces el hombre me puso la pistola en la cabeza y cortó cartucho. Me preguntó de donde venía, le dije que de El Salvador. ‘Si no me dices lo que quiero te vas a chingar’, me dijo. Me volvieron a golpear, luego me dijeron que les diera todo el dinero que traía, les dije que no me quedaba nada, que llevaba dos días sin comer. Me siguieron golpeando. Me revisaron y como vieron que de verdad no traía nada, me dijeron que me fuera. El hombre me dijo ‘no le digas a nadie que te agarramos, nunca nos conocimos, yo nunca te vi’”.
Cada vez con mayor frecuencia se encuentra a mujeres viajando solas y, como los niños, ellas son quienes sufren los peores abusos. “En el tren donde venía vi a cuatro muchachas ya para llegar a Escobedo. Una de ellas venía muy triste, con ganas de llorar. Las demás estaban muy calladas. Me puse a platicar con ellas, les pregunté que les pasaba. Me dijeron que unos policías las habían agarrado y bajado del tren. Las llevaron a una casa, ahí las violaron. Las tuvieron varios días y luego las dejaron ir. Ellas pensaron que las iban a matar. Les pregunté si iban a seguir rumbo al norte y la que se veía más triste me dijo que sí, que en este camino se arriesga todo y se pierde todo”.
Policías vigilan la estación del tren de Tierra Blanca, Veracruz, para prevenir el ingreso de migrantes centroamericanos.
Policías vigilan la estación del tren de Tierra Blanca, Veracruz, para prevenir el ingreso de migrantes centroamericanos. Foto: José Cabezas/ AFP
TRABAJO SIN PAGA
En la ruta hay que buscarse la vida. Se puede sufrir por días enteros la agonía del hambre y el agotamiento físico de un viaje que parece jamás llegará a su fin. Muchos migrantes, luego de ser engañados por los polleros, de ser deportados por las autoridades mexicanas o sorprendidos por la Patrulla Fronteriza ya del otro lado, lo vuelven a intentar: de donde vienen sólo hay miseria. En el camino hacen lo que pueden para ganarse unos pesos, y hay quien ofrece trabajo a los migrantes decidido a no pagarles. Este abuso es más frecuente de lo que se supone. “A la Casa del Migrante de Tierra Blanca llegó un señor, nos dijo que si queríamos trabajar, nos ofreció 60 pesos diarios. Quería que le ayudáramos a alimentar a sus animales. Fuimos a trabajar al otro día, pasaron las horas y no nos daba de comer, luego trajo pan duro y sardinas. Seguimos trabajando, cargamos bultos de maíz, muchos bultos. Al final de la jornada yo le pregunté por nuestro pago, por los 60 pesos que nos habíamos ganado. Nos dijo que mejor nos largáramos, diciéndonos que si no nos íbamos iba a echarnos a los de Migración”.
“Yo trabajé en un lugar delante de Saltillo, no recuerdo el nombre de ese pueblo. Soy albañil, me dijeron que me iban a dar el almuerzo y sólo me lo dieron dos días. Trabajé siete días de día y dos de noche en la obra de una casa pegando pisos. Cuando pregunté por mi pago el patrón me dijo que no había trabajado lo suficiente y me dio cualquier cosa. ‘Cuídate de hacer cualquier chingadera porque te echo a los de Migración’, me advirtió luego”.
LA AMENAZA DEL SECUESTRO
La mayor amenaza para los migrantes es el secuestro a manos de Los Zetas, o de quienes dicen serlo: hombres armados dispuestos a todo. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) confirma la recurrencia de este delito. Hay registrados por lo menos 10 mil casos de secuestro perpetrados contra migrantes en los primeros seis meses de este año.
Varias organizaciones de derechos humanos presentaron un informe a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la operación de las bandas secuestradoras. Primero controlan las pequeñas poblaciones de la ruta por Tabasco, Veracruz, Oaxaca y Tamaulipas, mediante la extorsión a los pobladores. Luego se recluta a quienes pertenecían a grupos delictivos locales como pandilleros. Después viene el secuestro de los inmigrantes: su cautiverio se prolonga hasta que sus parientes pagan por su rescate en depósitos bancarios vía electrónica. Cuando no pagan son asesinados, como ocurrió en el rancho de Tamaulipas.
Víctor Ronquillo

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